193. Dionisio Gutiérrez: Mi testimonio de 60 horas en la Zona Cero

Mayo 12, 2022
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193. Dionisio Gutiérrez: Mi testimonio de 60 horas en la Zona Cero.

Editorial del programa Razón de Estado número 193


 

 

Hace unas horas regresé de Ucrania a Madrid, después de 3 días de lo que será un viaje inolvidable, dramático, triste, pero traigo esperanza después de ver y entender el espíritu de los ucranianos con los que hablé y conviví más de 60 horas.  

Todo empezó en la tarde con un vuelo de Madrid a Varsovia con el grupo que organizó la misión. A las 4 de la mañana del día siguiente, volamos en varios helicópteros de Varsovia a Chelm, ciudad cercana a la frontera con Ucrania. Ahí nos subieron a un convoy militar para iniciar la travesía a Kyiv. Nos pusieron casco y chaleco de kevlar. 

Llegamos a Kyiv al final de la tarde, después de parar en varios pueblos, dos de ellos totalmente destruidos por los rusos. No hay palabras para describir aquello. Gente enterrada en jardines y aceras de tierra. Gente por las calles todavía buscando seres queridos. 

Recorrimos Kyiv y los alrededores. Me impresionaron de sobremanera las evidencias de los crímenes de guerra cometidos por los rusos en la ciudad de Bucha y no pude evitar una fuerte taquicardia cuando paramos en dos cementerios improvisados con cientos de fosas comunes.  

Nos llevaron a “dormir” a Irpin, al noroeste de Kyiv. Ciudad que los rusos dejaron destruida pero después de que los irpeños les dieran una paliza. Por el momento, la consideraron una ciudad “segura” y lejos de las zonas donde se están librando las batallas en estos días. Por supuesto, no pegué un ojo las dos noches que pasamos en esa escuela abandonada que usamos de base para movernos por la región.

Algunos de los soldados ucranianos que nos acompañaron hablan razonablemente bien el inglés. Muchachos jóvenes la mayoría comandados por un capitán que perdió parte de su familia en un bombardeo. El drama que viven es brutal, pero están dispuestos a morir por la libertad de su país.  

Nos reunimos con dirigentes de sociedad civil, con técnicos de varios tanques de pensamiento y con el director general del Instituto Politécnico de Kyiv, desde el que piensan organizar el plan de reconstrucción de Ucrania después de que “saquen a los rusos de su país”. Palabras de ellos que celebré con emoción.

Fui testigo de las ofertas y planes de ayuda para que este instituto sea la base técnica e intelectual desde la que harán el diseño y la propuesta de políticas públicas para la Ucrania que quedará después de la injusta, cobarde e innecesaria invasión. Ellos coordinarán con el gobierno democrático el plan de desarrollo para la nueva Ucrania. Su director expresó con lágrimas en los ojos que desean construir una nación europea moderna con división de poderes, Estado de Derecho y libertad. Esta fue la razón de nuestro viaje.

En la agenda no estaba previsto que viéramos al Presidente Zelensky, pero hubo dos intentos del grupo organizador para que nos recibiera. Sin embargo, fue imposible. Estaban preparando la visita de alguien más importante. Hubiera sido un gran honor estrechar la mano de quien es ya uno de los grandes héroes del Siglo XXI.       

Por razones de seguridad nos dejaron prender el celular en dos ocasiones durante dos minutos para revisar mensajes y para avisar a quien quisiéramos que estábamos bien. Fue un viaje con “radio silence”, como dicen, y mucha tensión. Así lo decidieron los organizadores por respeto a las víctimas. Y también, porque afirman que Putin está despachando a Ucrania bandas de mercenarios de varias nacionalidades para perseguir extranjeros que llegan a ayudar, destruir las operaciones de suministro y asesinar a quienes considere una amenaza a sus planes. Nos hicieron firmar acuerdos de confidencialidad para garantizar la seguridad de los organizadores y miembros de la misión.   

Me impresionaron muchas cosas en esos tres días, pero una de las que sobresale es la expresión en las miradas de los hombres, mujeres y niños con quienes nos cruzamos en las calles. Miradas perdidas en las que vi desolación, miedo y dolor, pero también convicción para luchar por su libertad.

Tardaré algunas semanas en procesar las experiencias, las vivencias y las emociones sentidas en este viaje a la tierra invadida por el déspota criminal ruso. Lo que me queda claro es que el respeto y la admiración que siento por el pueblo ucraniano, por su ejército y por su presidente, me acompañarán hasta el último de mis días.   

 

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