Consensos necesarios y políticas de Estado

Enero 01, 2012
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El desarrollo de las naciones pasa por un complejo tejido de acuerdos políticos y sociales que no serán fáciles de lograr.

En América Latina son pocos los países que han alcanzado resultados satisfactorios, sólidos y constantes.

La mayoría tiene gran dificultad para afianzar un sistema político democrático funcional y un modelo económico estable y sostenible.

En nuestro continente, el caso ejemplar es Chile. Su éxito está en que la sociedad, representada en sus élites, dirigentes y gremios, logró un nivel de consenso suficiente para definir un compuesto de políticas de Estado adecuadas y propicias para el desarrollo, que han sido implementadas a través del tiempo y de distintos gobiernos. Su rigor, disciplina y perseverancia han llevado a Chile a ser el país más desarrollado de Latinoamérica y un referente en el mundo.

Los acuerdos políticos y sociales que realmente buscan un desarrollo democrático y económico armónico deben tener como fundamento un código de ética y ciertos valores que son irrenunciables si se pretende sentar las bases para la evolución y prosperidad de una nación.

Esto, además de un decidido compromiso de la sociedad y la convicción suficiente para resistir las inevitables dosis de obstáculos, embates y sacrificios que vienen con estas batallas.

El problema de la mayoría de naciones de nuestra región es que no hemos desarrollado una cultura adecuada que facilite a las sociedades articular el esfuerzo que conlleva la misión de desarrollar un país.

Con el paso de los años, a los gobiernos incompetentes e intrascendentes se suman las crisis cíclicas que golpean muy fuerte a los países débiles, en los cuales se hace evidente la debilidad estructural en materia cultural, institucional, económica y, sobre todo, democrática.

A la crisis mundial que todavía se siente hay que sumar el daño que ha hecho, y sigue haciendo, esa marea de populismo y autoritarismo que tiene secuestradas a varias democracias de nuestro continente.

El saldo negativo creciente que vemos en estos países que, engañados por falsos iluminados, cayeron en la hondonada de la asfixia progresiva a las libertades civiles y la anulación de la democracia debe ser un serio llamado de atención a las élites dirigentes en las naciones que todavía pueden tomar el sendero de la libertad, la democracia y la sociedad abierta.

Este es el único camino certero a la prosperidad de los pueblos.

En Centroamérica, a Guatemala se le presenta una nueva oportunidad, El Salvador está en un delicado limbo, Honduras pendiente de confirmar si sanó la herida del 2009 a su democracia, Nicaragua en retroceso, y Costa Rica y Panamá con enorme potencial pendiente de aprovechar.

Centroamérica es una región en la que hay un subdesarrollo crónico expresado en su pobreza extrema, ausencia de liderazgos eficaces y una peligrosa debilidad en su institucionalidad democrática.

Pero también somos una región con grandes oportunidades. Lo que un futuro de éxito demanda es una combinación de voluntad, liderazgo, visión y compromiso, capaz de convocar un esfuerzo en las sociedades para iniciar el deseado camino al desarrollo.

La democracia y las libertades civiles necesitan de un celoso cuidado, diario y riguroso, pues todos los días serán asechadas por fuerzas oscuras que intentan esclavizar naciones.

Viajemos 20 años en el calendario, al año 2032. ¿Cómo queremos estar? ¿Qué batallas habremos ganado? ¿Cuánta pobreza y subdesarrollo habremos vencido? ¿Qué debemos hacer para alcanzar nuestros sueños y llegar a las metas?

La América Latina de 570 millones de seres humanos en la que 170 millones viven en pobreza necesita una revolución inteligente y pacífica por la democracia y el desarrollo, por la educación y la construcción de una cultura que ambicione alcanzar el éxito y esté dispuesta a pagar el costo. ///

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