124. Poca agua bendita para tantos diablos

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124. Poca agua bendita para tantos diablos

Editorial del programa Razón de Estado número 124 

 

La Constitución del 85 reconoció al Estado como responsable de la promoción del bien común, de la consolidación del régimen de legalidad; como garante de la seguridad, la justicia y la igualdad ante la ley; la Constitución del 85 reconoció al Estado como protector de la libertad y la paz, dentro de un orden donde gobernantes y gobernados procedan con absoluto apego al derecho. 

El saldo de 35 años vividos en democracia está marcado porque promulgamos leyes que no cumplimos, fundamos instituciones que no respetamos; y el secuestro del Estado y el grado de criminalización que ha alcanzado la política están consolidando un sistema en el que imperan la corrupción y la impunidad.

Damos la impresión de que somos un país en guerra, una guerra ingrata y desigual que se libra entre el Estado y el pueblo.

Tenemos una clase política, con escasas excepciones, criminal, corrupta y fracasada, incompetente y primitiva; atiborrada de cleptómanos adictos. Su concepción del mundo es la Política sin principios, la riqueza sin trabajo y la Justicia sin moral.

A pesar de los esfuerzos que se hacen desde las pocas instituciones que quedan libres y desde algunos espacios de la sociedad, hay demasiados diablos sueltos para tan poca agua bendita.

Somos una sociedad sitiada por la incompetencia de los políticos, agraviada por la corrupción pública y cansada de la impunidad.

Estos son los síntomas de una sociedad fracasada.

Sin Estado de Derecho dejamos de ser nación para convertirnos en territorio, en un espacio en el que dominan la ley del más fuerte y el sálvese quien pueda.

La pregunta obligada en una sociedad que extravió el Estado de Derecho porque su clase política perdió el sentido de la decencia es: ¿qué tragedia, qué escándalo es capaz de avergonzarlas y motivarlas a rectificar antes de que sea demasiado tarde? 

Todo ser humano, escribió Ortega y Gasset, lleva dentro de sí un juez y un reo. Un inquisidor y un penitente.

Para rectificar un presente perdido y salvar el futuro, el primer acto de humildad que se debe imponer un ser humano, una comunidad o una sociedad es reconocer que, si no cambia su interlocución con la política, su vida dejará un triste legado a la siguiente generación, su comunidad fracasará y su nación estará en peligro.   

Por desgracia, la industria de la reflexión no cuenta hoy con luminarias de la talla San Agustín, Erasmo o Rousseau. Las ideas, los compromisos y el valor escasean. Somos una sociedad atrapada en medio de una guerra de clanes criminales que se reparten el Estado buscando botín e impunidad.   

La Libertad, la Justicia y la Democracia, la República y el Estado de Derecho, necesitan combatientes cívicos, ciudadanos presentes que entienden que, para vencer, hay que luchar.  

Queremos ser una nación donde la virtud vuelva a ser referente y la verdad un valor moral.

Queremos ser una nación donde la justicia y la libertad encuentran siempre la manera de prevalecer.

Y como la vida civilizada se funda en el derecho, queremos un Sistema de Justicia independiente, con recursos, que tiene héroes como regla, no por excepción.

Un Estado Democrático y de Leyes que se respetan es una obra que se alcanza a través de la educación, el tiempo y una larga práctica de instituciones políticas garantes de la justicia, el Estado de Derecho y la libertad. 

¿Cuándo empezamos?

     

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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