205. Dionisio Gutiérrez: Libertad y migración: sinónimos

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204. Dionisio Gutiérrez: Un atentado contra América Latina

Editorial del programa Razón de Estado número 205


 

En América Latina hemos vivido por décadas el perverso maleficio del péndulo de la historia, saltando de un extremo a otro; de la incompetencia a la demagogia, del subdesarrollo político a la corrupción; de la infamia y la ausencia de estadistas al vergonzoso patrimonio compartido por izquierdas y derechas de nuestro Continente.

Costará el sacrificio de muchos años y generaciones completas de latinoamericanos, limpiar, refundar y construir naciones democráticas que sean dignas de ese nombre.

Las excepciones conocidas, son eso, excepciones. Aisladas y escasas.  

Los pueblos latinoamericanos hemos sido un público sumiso y obediente al que charlatanes, ideólogos y populistas prometen a diario la llegada de una panacea social, política y económica; y como nunca llega, dice un maestro, nos hemos habituado a una espera quietista y absurda; lo que explica que el presente sea siempre dolor, el futuro magia blanca y el pasado melancolía; tres rasgos fundamentales del drama latino que se refuerzan a diario desde púlpitos, cátedras y tribunas.  

En la estéril esperanza de la curación de sus frustraciones, más de la tercera parte de latinoamericanos – esto es más de 200 millones de seres humanos – querrían emigrar a esa geografía que se conoce como el mundo libre desarrollado. Estados Unidos y Europa.  

Cuando se es pobre, el porvenir, el futuro prometido, siempre es mejor que un presente de salud precaria, hambre añeja y trabajo agotador.

La frustración de no poder alcanzar una vida digna en el presente, porque se come mal y poco y la vida es breve, se alivia porque el futuro está siempre lleno de promesas.

Este es el espíritu que anima a esos héroes a los que llaman emigrantes cuando emprenden el peligroso camino en busca de un mejor destino a causa del fracaso de sus naciones.

Esa admirable prueba de coraje y sacrifico a la que se atreven esos millones de seres humanos que cruzan clandestinamente las fronteras de esa geografía a la que llamamos primer mundo se debe a que van en busca de una oportunidad de vida, de prosperidad, de paz, de respeto a su integridad física; van en busca de Estados e instituciones que funcionan. Anhelan seguridad legal sabiendo que violan la ley, pero sienten que ejercen un derecho natural y moral que ninguna norma jurídica ha podido contener.

El sueño de atravesar el Río Grande, o los riesgos de cruzar los cayos de la Florida o las barreras electrificadas de Tijuana, o los muelles de Marsella, o el estrecho de Gibraltar, para luego subir a trenes y camiones traicioneros, son solo algunos de los peligros que han costado vidas y separado familias. Y esto, por huir de la pobreza, del populismo, del hambre, de la corrupción, de la falta de libertad, de la falta de oportunidades, de la violencia, del desempleo y la desesperanza.  

Esa válvula de escape de presión social que es la emigración está más abierta que nunca. A pesar de sus esfuerzos para evitarlo, o al menos ordenarlo, el primer mundo se está llenando de latinos, africanos, asiáticos y musulmanes.

Más que una pena, es una tragedia vergonzosa que tantos países del mundo no puedan ofrecer a su gente un presente de dignidad y un futuro de esperanza. Esa gente está votando con los pies. Emigra y envía a casa parte de su ingreso. Las remesas que hoy mantienen países a flote.

Lo que está claro, es que, si seguimos como vamos y no corregimos los desajustes del mundo de hoy; con los descubrimientos recientes sobre El Universo, podremos considerar la posibilidad de que todos, emigremos, pero a otro planeta. Habrá que ver si a los terrícolas nos quieren allá.   

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